Francisco Piria, empresario uruguayo, hijo de inmigrantes genoveses vio en Piriápolis, en sus morros y playas un camino de superación espiritual y la combinación de un buen negocio con los fundamentos esotéricos de la ciencia oculta. Este hombre tan especial fue rematador, terrateniente, político y emprendedor turístico, pero también un maestro de la gran ciencia esotérica: la Alquimia. Se instruye durante años con renombrados alquimistas europeos y en 1890 regresa a Uruguay buscando su lugar ideal. Lo encuentra al Sur del Pan de Azúcar, donde los morros encerraban la costa y permitían la más pura conjunción de energías. Es así que decide que el armado de Piriápolis, su ciudad alquímica, sea de forma geométrica para captar en todo su esplendor su fuerza energética. La hoja de ruta que todo viajero deberá seguir según su diseño es el siguiente: l. Cerro San Antonio: subir las escaleras y llegar a la imagen de la virgen, rezar una oración y pedir ayuda para el resto del camino. El Socialismo Triunfante Francisco Piria j .. 1a edición: febrero de 2011 MC Importaciones Ltda. Pablo de María 1167 CP 11213 Montevideo Impreso en Uruguay -Printed in Uruguay ISBN: 978-9974-8283-3-9 Depósito legal: 354.977 1 11 Edición ampa..Oa en d dccreco 218/996 (Comisión dd Papel) Impreso por Zonalibro Tel. (598) 2208 7819 Montevideo-Uruguay E-mail: [email protected] Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright,la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y d tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos. El Socialismo Triunfante Lo que serd mi país dentro de 200 años Francisco Piria Montevideo, año de 1898 EL SOCIALISMO TRIUNFANTE Expiraba el año 1897 cuando, después de un año de estadía en la India, donde un fakir me inició en los misterios de su preciosa ciencia, regresaba a mi patria, la República Oriental del Uruguay. ¡Cuánto había aprendido! ¡Qué revelaciones se me habían hecho! ¡Qué ciencia! ¡Y qué hombre! ¡Cuánta sabiduría! y sobre todo, ¡Qué profundos conocimientos había adquirido sobre las cosas que en mi país se juzgaban sobrenaturales, excuso decirlo! Mi carácter, de común alegre, después de los misterios que había pe- netrado, me había abandonado: atravesaba por entre la humanidad con la misma indiferencia con que cruzaría por triste y solitario bosque; los hom- bres para mí no existían, los hechos más notables de mi época y que en torno mío se desarrollaban, no me llamaban la atención, estaba completa- mente absorto en mis ideas sobrenaturales, y mi sola y dominante preocu- pación era llevar a cabo el experimento que había presenciado en la India, y deseaba realizarlo in anima vile, como decían antaño los discípulos de Hipócrates. Preparé, al efecto, una caja de cristal herméticamente cerrada, con triple pared del mismo material, ordené todos mis asuntos, y después de haber arreglado mis disposiciones testamentarias bajo una reunión de sabios, - si es que así puede llamárseles a los rutineros del siglo XIX a que me refiero, -procedí a la operación. No faltaron amigos que se opusieran a mi intento, ni médicos que reputaran una utopía la mía, pues éstos siempre calificaban así lo que no alcanzaban a comprender; y hubo hasta quien me tachó de desequilibrado. ¡En ese siglo! y has,no faltó quien dijera que las autoridades debían opo- nerse a mi resolución; - recuerdo que alguien se atrevió a calificarme de suicida! Mi resolución estaba tomada; yo era dueño de mí mismo, - y nadie tenía el derecho de prohibirme lo que no me podía conceder: el derecho de transportarme a fines del siglo XXI. Procediendo, pues, con libre albedrío, entré en mi triple cuarto, des- tapé el frasquito de néctar que me dio el fakir, tomé su contenido y me acosté tranquilamente. Los movimientos de mi corazón fueron paralizán- dose gradualmente; la vida concentrada en este último baluarte, comenzó paulatinamente su marcha lenta y descendente, hasta llegar al punto indi- cado por los fakires, es decir, el de cinco pulsaciones por minuto, que es el 1 f momento en que se produce el sueño cataléptico, del que debía despertar J dos siglos más tarde. 1 .1 :1 -5- 1 La Comisión de sabios cerró herméticamente las tres puertas, una después de otra, haciendo todo de manera como de antemano ya lo había dispuesto; cuando la temperatura llegó a 25 grados bajo cero, en el peque- ño tubo de comunicación, cerróse herméticamente, y yo quedé completa- mente inmóvil. En el contenido del frasquito que bebí, ¡había alimento para dos si- glos! Todos se retiraron, creyendo que había pasado a mejor vida. La g;an caja de cristal fue depositada en una pieza de antemano dis- puesta y. .. -6- J ¡MI PATRIA! EL AÑO 2098 PRIMERA JORNADA ¡Qué lindo es el sol! Fue mi primera exclamación cuando abrí los ojos, sorprendido al ver el inmenso número de personas que me rodeaban ... Como yo lo había indicado, 200 años después, el mismo día 1 o de Enero, una Comisión de los más distinguidos ciudadanos, llenando todas las formalidades, procedieron a la apertura de la caja. La primera sensación que sentí fue la de extrema debilidad, al mismo tiempo que un templado rayo de sol me arrullaba suavemente, cuando abrí los ojos y saludé con la imaginación al astro-rey. Dos ancianos de simpática figura, de blanca y luenga barba ayudaron a levantarme suavemente, dirigiéndome las frases más tiernas. Yo miraba todo, sorprendido; pero a fe mía que de nada me di cuenta en los primeros momentos. La gran cantidad de gente que me rodeaba mirábame como un ser extraño. No era para menos. Habían transcurrido doscientos años!! A algunos l~ausaría sorpresa si estas cosas se dijeran en pleno siglo XIX, pero a los habitantes del siglo XXI nada de esto les sorprende, pues cosas mayores han visto con la más grande naturalidad y hasta indiferencia. ¿No hay animales de breve vida que duermen toda una estación sin alimen- tarse? ¿Qué habría de extraño que el hombre, que, como todos los anima- les, debe vivir ocho veces más del tiempo que necesita para desarrollarse, es decir, 200 años; qué extraño es, repito, que pueda, mediante el auxilio de la ciencia, prolongar su existencia, poner un paréntesis, adormecer, narcoti- zar todas las funciones del estómago, paralizar. todos los gastos de fluidos, reducir a la más mínima expresión los movimientos del corazón, alimentar insensiblemente las arterias y prolongar en un estado de sopor e inmovili- dad la existencia por un par de siglos? Desgraciados los que han vivido en el siglo de la locura, pues no han visto más que espejismos; y toda la ciencia y progreso de que tanto blasona- ron y por la que fueron ufanos los vivientes del siglo XIX, no fue más que el reflejo de los organismos desordenados de los habitantes de la tierra a fines de ese siglo de mentira, de farsa, de embuste y engaño! -7- ¡Siglo de progreso! Sí, pero de progreso nocivo. Todos querían v.er ese habitante del siglo de los locos, como más carde supe que se les califica actualmente. Yo había perdido la noción del tiempo. ¡No era para menos! -Vamos, amigo mío, me dijo uno de los ancianos, estás entre los cu- yos, no te asombre, estás en el Estado Cisplatino, tu patria! Yo no comprendía nada, o mejor dicho, no me daba cuenta de nada. Quise avanzar un paso, apoyado en los brazos de mis buenos acompañantes, pero no fue posible: las piernas no me sostenían, estaba completamente entumecido. Se me condujo en los brazos como a un niño a un pequeño carruaje que había inmediato, y apenas tocado un resorte, emprendió la marcha con una rapidez extraordinaria, sin oír ~s sensación que el de la leve brisa que acariciaba mi rostro. Yo ignoraba si1ndábamos por las calles o íbamos por el aire sin tocar el suelo. Pocos minutos después habíamos salvado una distancia inmensa. Detúvose el vehículo, y mis buenos acompañantes me bajaron de él de la misma manera que me habían subido, conduciéndome a una magní- fica casa. Yo empezaba a revivir, mis miembros se desentumecían gradualmen- te, mi mente se iba despejando, mi vista se aclaraba, empezaba a sentir. Ya podía sostenerme sobre mis piernas, y apoyado·en el brazo de uno de los ancianos, penetré en la casa, subiendo la amplia escalinata de már- mol. Una vez salvado el propileo, atravesamos un amplio corredor sosteni- do por columnas de mármol de un estilo completamente nuevo, pues ni al dórico, ni al corintio, ni a ninguno de los órdenes conocidos por mí anti- guamente pertenecían. ¡Qué esbeltez de edificio! ¡Qué elegancia de. colum- nas! ¡Qué capiteles hermosos! -Amigo mío, me dijo uno de los ancianos, es necesario que un baño templado vuelva a tu cuerpo la elasticidad que le falta, que la circulación siga en perfecto curso y la vitalidad recobre su interrumpido dominio en todo tu ser. -Gracias, señor, exclamé lleno de reconocimiento por la afable y pa- ternal acogida del buen anciano. -Aquí no hay señores, amigo mío, me observó el otro anciano; di amigos: tú has venido al mundo, puede decirse hoy, desde que has dormido mucho tiempo y te encuentras en otra sociedad muy d~stinta a la en que has pasado gran parte de rus días; hoy no hay señores, todos los hombres somos hermanos, y si quieres distinguirme, tutéame, que es la forma usual en los tiempos actuales. -¿Podría saber en qué año estamos? pregunté recordando mi encierro voluntario, el fu.kir, y, en fin, el brebaje. -Amigo Fernando, el año actual es el2098! -8- -¡Cómo! exclamé sobresaltado. ¿He dormido, o mejor dicho, he permanecido aletargado 200 años? -Cabalmente, repuso mirándome tranquila y suavemente, sonriendo el buen anciano. -¿Y podrá usted hacerme el favor de decirme qué día es? -Ya te he dicho que entre nosotros dos hay un tercero que sobra; si quieres hacerme un obsequio, suprime el usted de que tanto abusabais en tu triste época. Dime de tú. -Bien, amigo, gracias, le dije estrechándole la mano; desearía saber en qué fecha del año estamos. -Nuestros años no tienen fechas: hoy estamos en el solsticio de verano. -Pero, no es eso lo que deseo saber; lo que yo te pregunto, buen ami- go, es el día del mes. -Nosotros no tenemos meses del año, como teníais en vuestra época, contestó el buen anciano. Nuestro año se divide en cuatro estaciones: Pri- mavera, que simboliza nacimiento; Verano, que es la juventud; Otoño, que representa la edad viril; e Invierno, que es el final de la dulce estadía en este delicioso mundo. -¿Delicioso mundo, has dicho? -Sí, hijo mío, delicioso mundo. -Pero, ¿no es éste el mundo en que yo nací? ¿No es éste el valle de amarguras, de penas, de dolores, de desengaños, de sufrimientos, en que he vivido? ¿Acaso ha desaparecido el egoísmo humano? -Sí, es el mundo en que has nacido, es el en que has vivido y en que los hombres, hasta la época en que tú viviste, y más tarde aún, convirtieron en todo lo malo que tú acabas de decir; pero que mucho después han cambia- do los hijos de esos hombres, volviéndolo gradual y paulatinamente el más agradable mundo, como acabo de manifestártelo y que tanta sorpresa te ha causado. Pero, continuó, se conoce que tus nervios están en plena tensión; cálmate, no te impacientes, que tiempo te sobrará para saberlo todo; lo que ahora necesitas es descanso. -Gracias, buen amigo, exclamé estrechando efusivamente las blancas manos de mi interlocutor. En ese instante, una joven de ojos negros como el azabache, trigueña, esbelta y afable, se presentó en el umbral de la puerta de la pieza en que departía con el anciano. -Salve, ¡oh padre! exclamó la joven doblando la rodilla ante el ancia- no, quien, poniéndole la diestra sobre la cabeza y dirigiendo la mirada al cielo, contestó: -Que el Espíritu divino te inspire, hija mía. Besó la joven la huesosa mano del padre, levantándose a la vez. El viejo, recogiendo con la diestra la falda de su blanca túnica, exten- dió la izquierda a la joven, y avanzando hacia mí, exclamó: -9-