1 Evolución territorial del conflicto armado y construcción del Estado en Colombia Por Fernán E. González1 Abstract: La reflexión sobre los patrones regionales de violencia tiende a mostrarnos que el conflicto armado en Colombia es un fenómeno diferenciado tanto temporal como geográficamente, cuyas variaciones dependen de los procesos de poblamiento, cohesión social interna y articulación con el estado y la economía nacionales. Las modalidades diferenciadas de violencia corresponderían a un proceso gradual de construcción del Estado que va integrando paulatina y selectivamente diferentes territorios y grupos sociales en diferentes momentos. Este proceso de integración había venido siendo mediado por los partidos tradicionales durante el siglo XIX y la primera mitad del XX. En la segunda mitad del siglo XX este sistema de mediación política empieza a hacer crisis cuando los partidos políticos se muestran crecientemente incapaces de hacer frente a los rápidos cambios de la sociedad colombiana. Más recientemente, la crisis de representación política de lo social se hace más profunda, a la cual se une la penetración del narcotráfico en la sociedad y la política colombianas para producir una profunda crisis de legitimidad del régimen político. Por otra parte, la transformación de la lógica de los movimientos guerrilleros cuando salen de sus zonas de origen para proyectarse a zonas más ricas e integradas al conjunto de la sociedad junto con el recurso a la extorsión, el secuestro y los dineros provenientes de cultivos de uso ilícito para su financiación han hecho predominar su dimensión militar sobre la política y desdibujar su legitimación ideológica. Finalmente, la recuperación de la iniciativa militar por parte del ejército nacional ha producido su repliegue hacia zonas más periféricas del territorio y el recurso más frecuente a acciones terroristas en las grandes ciudades. 1 Historiador y politólogo, investigador del CINEP (Centro de Investigación y Educación Popular). 2 Introducción La presente ponencia recoge los resultados de las investigaciones realizadas en el CINEP sobre la evolución reciente del conflicto armado colombiano, analizado en relación con una mirada de mediano y largo plazo de los procesos de formación del Estado en Colombia2. Esos resultados han sido publicados, en una versión más amplia, en el libro Violencia política en Colombia. De la nación fragmentada a la construcción del Estado, de reciente aparición. Para esa mirada comparada, la ponencia parte del análisis de los escenarios actuales del conflicto, que confronta con una mirada de mediano plazo sobre la lógica de la expansión territorial de los actores armados. Esta contraposición nos lleva a proponer una mirada diferenciada de la presencia de los aparatos del Estado y del accionar de los actores según el grado y momento de articulación social y política de las regiones y sus pobladores con relación al conjunto de la vida nacional. Y, finalmente, esta mirada diferenciada es enmarcada en una mirada de larga, mediana y corta duración del desarrollo político de Colombia. Aunque algunos dudan de caracterizar el caso colombiano como una guerra civil típica, es evidente que Colombia ha venido sufriendo uno de los conflictos internos más largos del mundo actual, con una tasa creciente de homicidios a partir de los años ochenta, muy por encima de los estándares internacionales y equivalente a los que se producen en guerras civiles declaradas3. Esta violencia creciente ha sido comúnmente analizada en continuidad con el período caracterizado como “La Violencia” de mediados del siglo XX, lo que remontaría remontan los orígenes del enfrentamiento colombiano hasta 1946, cuando comienza el período denominado como “La Violencia”. Otros4, en cambio, señalan profundas discontinuidades entre ese conflicto y el actual, cuyos comienzos prefieren precisar en los años sesenta, con el surgimiento de las guerrillas influenciadas por la izquierda radical. Además, no faltan otros autores5 que señalan otra discontinuidad al subrayar los cambios profundos que se producen en el movimiento insurgente por la presencia de los dineros procedentes de los cultivos de uso ilícito, como la cocaína y heroína, que modifican enormemente la lógica y el accionar de los grupos insurgentes. Y es también importante destacar los cambios que se producen en la lógica y el accionar de los grupos guerrilleros cuando se expanden y salen de las regiones periféricas donde nacieron para afectar a otras regiones más integradas al conjunto de la vida nacional. Por otra parte, en esos mismos años aparecen, como respuesta al accionar extorsivo de los grupos insurgentes en ese cambio de escenario, grupos paramilitares de derecha, que disputan a las guerrillas el control de ciertos territorios y recursos. 2 Esta investigación fue realizada, en su mayor parte, por Ingrid J. Bolívar, Teófilo Vásquez y Fernán E. González, que tuvo a su cargo la coordinación del equipo. En las etapas iniciales del proyecto participaron también Mauricio Romero, José Jairo González y Helena Useche. Como asistentes de investigación participaron Franz Hensel y Raquel Victorino. La investigación fue apoyada parcialmente por COLCIENCIAS y MSD, de US AID. . 3 Mauricio Rubio, (1999), Crim0en e Impunidad. Precisiones sobre la violencia. Tercer Mundo y CEDE, UNIANDES, Bogotá. 4 Comisión de estudios sobre la violencia, 1987, Colombia: Violencia y Democracia, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, pp. 33-35, 44-46. 5 Daniel Pecaut, (2003): “Lo real y el imaginario de la “Violencia” en la historia colombiana”, en Pecaut, Daniel (2003), Midiendo fuerzas. Balance del primer año del gobierno de Alvaro Uribe Vélez, Editorial Planeta Colombiana, Bogotá, pp.17-24. 3 Estos cambios y discontinuidades en el espacio y en el tiempo hacen evidente que el conflicto armado colombiano no cubre homogéneamente al conjunto del territorio colombiano ni tiene igual intensidad a lo largo del tiempo. Pero en los últimos años se viene produciendo una expansión creciente de los municipios afectados por hechos violentos: entre 1990 y 2002, se pasa de 227 municipios afectados por acciones bélicas se pasa a 498, mientras que las acciones contra la población civil aumentan de 172 a 436. Obviamente, esta expansión se refleja en el creciente número de víctimas: según los cálculos del Sistema Georreferenciado del CINEP6, entre los años 1990 y 2000, los asesinatos de personas civiles relacionados con el conflicto armado llegaron a 26.985 mientras que los muertos en acciones bélicas propiamente tales fueron sólo 12.887. Esto ilustra una característica del conflicto colombiano: afecta más a la población civil que a los combatientes propiamente tales, aunque en los últimos años las víctimas entre combatientes están aumentando significativamente. Según datos elaborados por la Fundación Social7, a partir de la información tanto del Banco de datos del CINEP y la comisión Justicia y Paz como de la presidencia de la República, la contienda armada se intensificó entre los años 2001 y 2002 pero se hizo menos “sucia”: por una parte, aumentaron los combates, que se hicieron más cruentos, en un 44% en 2000, 33% en 2001 y en 15% en los primeros ocho meses de 2002. Además, aumentaron los hostigamientos (14% en 2001 y 39% en los primeros ocho meses del 2002) mientras que las emboscadas subieron en 16% en 2001, pero se mantuvieron constantes en el 2002. Los asaltos a puestos de policía o guarniciones militares también disminuyeron: una tercera parte en 2000 y en 41% en 2001 pero volvieron a aumentar en 17% en el 2002. En cambio, las muertes en combate aumentaron, según una fuente, en 12% en el 2000 y 22% en el 2001, mientras que, según otra, crecieron en 25% en 2001 y 17% en 2000. Y en los primeros ocho meses del 2002, persistió la misma tendencia: según una fuente, los muertos en combate aumentaron en 52% y, según la otra, en 39%. Estos cambios expresan, por una parte, la recuperación de la iniciativa militar por parte del ejército, y por otra, el consiguiente repliegue de los grupos insurgentes hacia sus zonas tradicionales de retaguardia, que tratan de compensar con un aumento de acciones terroristas en el mundo urbano, particularmente en Bogotá. Por otra parte, se desaceleró el aumento de los homicidios políticos fuera de combate y de los homicidios de personas protegidas en el 2001, que fue solo del 6% cuando en el 2000 había llegado al 107%; el número de masacres, que había crecido en un 40% en 2000, se redujo en un 21% en 2001 y 40% en 2002. La misma tendencia se muestra en los secuestros y desapariciones forzadas: los secuestros habían crecido en 26% y disminuyeron en 18% en 2001, mientras las desapariciones forzadas aumentaron en 107% en 2001 para disminuir en 8.8% en 2001. Pero parece preocupante el aumento de las denuncias de participación de la fuerza pública en los homicidios de personas protegidas por el DIH: había descendido al 1.2 % en el 2000, después de haber registrado un 3.3% en 1997,un 2.1% en 1998 y 1999, pero asciende en 4.5% en 2001 y 5.7% en los primeros ocho meses de 2002. 6 Cfr gráfica # 1 del SIG, Servicio de Información georreferenciado del CINEP, 2003. 7 Vigía del Fuerte, boletín semestral sobre la situación humanitaria, # 3, julio de 2003. 4 Además, hay que señalar que el número general de homicidios es mucho más alto que la de los muertos causados por el conflicto armado, aunque la participación de homicidios políticos en el total viene aumentando significativamente: 14.7% en 1997, 15.7% en 1998, 16.4% en 1999, 26.3% en 2000 y 26.3% en el 2001. El número total de homicidios anuales pasa de 9.087 a 28.284, y esta tendencia se mantiene más o menos estable en 1992, con 28,224, para descender ligeramente los años siguientes (26.628 en 1993, 25.398 en 1995, 26.642 en 1996, 25.379 en 1997, 23.096 en 1998). A partir de 1999 empieza a aumentar de nuevo a 24.358, a 26.540 en 2000, 27.841 en el 2001 y 28.780 en 2002, que se acerca al año tope de 1991. Esto hace que las tasas de homicidio por cada 100.000 habitantes sean las más altas del mundo, muy superiores a la de países particularmente violentos como Brasil, Jamaica y Rusia, y mucho a las de los Estados Unidos y Europa. Así, esta tasa alcanza a ser del 79 en 1991, 76 en 1992, 66 en 1995, .67 en 1996, 63 en 1997, 56 en 1998, 59 en 1999, 63 en 2000, 65 en el 2001 y 66 en 20028. Hay autores como Saúl Franco9 que calcula tasas aún más elevadas: según él, entre 1974 y 1995 la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes pasó de 15 a 92, con un promedio anual de 78,4, Estos cálculos varían: según el periódico El Nuevo Siglo, un estudio elaborado sobre muertes violentas por la revista francesa Population &Societés del Instituto Nacional de Estudios Demográficos, INED, coloca a Colombia en “el deshonroso primer lugar” en la tasa de homicidios. Pero la tasa calculada es sensiblemente menor que la citada anteriormente: 61 casos por cada cien mil habitantes, seguido por El Salvador (55.6, Brasil (23), Rusia (21.6, Albania (21), Puerto Rico (20.6), Kazajstán (17.1), Venezuela (16), México (15.9) y Ecuador (15.3%). Según el mismo informe, el promedio mundial es de 8.7 casos, el de Francia es del 0.6, el de Alemania del 0.8 y el de Japón, del 0,410. El resultado de esta situación conflictiva es el enorme volumen de población civil desplazada, que algunos calculan entre un millón y medio y dos millones de personas en los últimos dieciocho años (entre 1985 y 2003), compuestos en su mayoría por madres cabeza de hogar, niños y ancianos.11 El mayor control militar de los corredores estratégicos por parte del ejército, el repliegue de los grupos guerrilleros hacia sus zonas de retaguardia en las zonas campesinas más periféricas y los procesos de negociación con diversos sectores de grupos paramilitares parecen estar incidiendo en una disminución del desplazamiento forzado en los meses recientes. Esta expansión trae consigo un cambio de percepción de la población colombiana sobre el conflicto armado, que inicialmente se consideraba algo lejano a la cotidianidad de la mayoría de los colombianos y que ahora incide cada vez más en sus vidas. El endurecimiento de la opinión pública frente a la solución negociada del conflicto fue debido principalmente al fracaso de las negociaciones del anterior gobierno, especialmente 8 Fundación Social, Vigía del Fuerte, Boletín semestral sobre la situación humanitaria, # 3, Bogotá, julio del 2003 9 Saúl Franco, (1999), El Quinto: no matar, Tercer Mundo e IEPRI, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, pp.81-84. 10 El Nuevo Siglo, Bogotá, jueves 13 de noviembre de 2003. 11 Cálculos basados en la información recogida por CODHES (Consultoría para el Desplazamiento Forzado y los Derechos Humanos), Bogotá. Cfr, (1998) Un país que huye. Desplazamiento y violencia en una nación fragmentada, CODHES y UNICEF, Bogotá. , y los boletines informativos. . 5 por los abusos de la guerrilla en la zona desmilitarizada que se le había concedido para facilitar el diálogo y por el hecho de negociarse sin previo cese al fuego, que hacía posible que el conflicto se continuara escalando mientras se negociaba. Además, otro punto que hacía difícil la negociación es el hecho de que las violencias colombianas no giran en torno a una sola polarización entre amigos y enemigos, claramente definidos, ni en torno a un eje específico de conflictos (económico, étnico, religioso, nacional, etc.). Sus contradicciones se producen en torno a varias dinámicas de distinto orden y a procesos históricos diferentes, que se reflejan en identidades más cambiantes y en cambios en el control de los territorios. Esa diversidad se expresa incluso en las explicaciones de la violencia, que oscilan entre aquellas que privilegian los aspectos objetivos, de tipo estructural, como la relación con la pobreza, la exclusión política y la desigualdad socioeconómica y las que se centran en las motivaciones y opciones voluntarias de actores particulares, por ejemplo, las de guerrilleros y paramilitares. Por lo general, ninguno de estos enfoques tiene suficientemente en cuenta la complejidad de las causas del conflicto al no considerar adecuadamente la interacción entre las opciones voluntarias de los actores armados y las condiciones estructurales y problemas coyunturales que constituyen el marco de ”las estructuras de oportunidades” donde se insertan esas opciones. Para responder a estos problemas, este artículo intenta explicar las causas del conflicto relacionando la evolución reciente del conflicto armado y de la lógica de sus actores a la luz de una mirada de larga y mediana duración, teniendo en cuenta tanto factores estructurales como el problema agrario y el proceso de construcción del Estado como condiciones subjetivas de los actores armados, como la percepción sentida de falta de oportunidades de los jóvenes campesinos de las zonas de colonización. La geografía de la violencia La necesidad de la consideración del problema agrario, del proceso gradual de construcción gradual del Estado y de la percepción de los jóvenes campesinos, nos obliga a situar el problema de la violencia en su dimensión geográfica. La geografía de la violencia no cubre homogéneamente ni con igual intensidad el territorio de Colombia en su conjunto, sino que la presencia de la confrontación varía con la dinámica interna de las regiones, en términos de su poblamiento, formas de cohesión social, organización económica (incluida su vinculación a la economía nacional y global) y su relación con el Estado y el régimen político). Esta variación de la presencia del conflicto es parcialmente producto de condiciones geográficas y demográficas previamente dadas: la cercanía de selvas y montañas, el territorio dividido por tres ramales de la cordillera de los Andes, cuyas vertientes y valles interandinos están cubiertos por bosques de niebla casi permanentes, la cercanía de zonas de economía campesina de subsistencia, son parte del escenario natural para el funcionamiento de la guerrilla. Pero esas condiciones no determinan necesariamente una opción de los actores sociales por la violencia, sino que ésta es el producto de la elección voluntaria de grupos que deciden, en una circunstancia histórica determinada, que la acción armada es la única salida posible para los problemas de la sociedad. Sin embargo, esta opción se manifiesta de manera diferente en los diversos momentos y espacios del territorio del país. Esta desigual 6 cobertura de la violencia en el territorio nacional hace que hoy sea posible diferenciar varias dinámicas geográficas del conflicto armado12, aunque a menudo ellas puedan entremezclarse y reforzarse mutuamente. En primer lugar se presenta una dinámica de nivel nacional, que expresa una lucha por corredores geográficos13, que permiten el acceso a recursos económicos o armamento, lo mismo que el fácil desplazamiento desde las zonas de refugio a las zonas en conflicto. Así, pueden distinguirse los conflictos por zonas: En el norte del país, las Autodefensas han logrado cierto control sobre el eje Córdoba- Urabá antioqueño y chocoano- nudo del Paramillo- nordeste antioqueño, bajo Cauca antioqueño y Magdalena medio, aunque las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), hacen esfuerzos por recuperar el control de algunas de estas áreas, anteriormente uno de sus bastiones tradicionales, y el ELN (Ejército de Liberación Nacional) trata de defender su presencia en el sur de Bolívar. En cambio, en el sur oriente, las FARC ha poseído tradicionalmente gran capacidad bélica: por esta razón, esta zona fue escogida para la creación de la zona desmilitarizada (“zona de despeje”) para facilitar los diálogos entre esta guerrilla y el pasado gobierno de Pastrana. Pero esta hegemonía se ha venido modificando en los últimos tiempos: desde los años ochenta, los paramilitares han venido consolidando un bastión militar en el Meta y, desde - 1996 (especialmente en 1998 y 1999), también en el Putumayo, sur del Caquetá y la zona contigua al área desmilitarizada durante las conversaciones de paz con el anterior gobierno. Y, a partir de 1999 y el 2000, el ejército colombiano ha recuperado cierta capacidad ofensiva en áreas estratégicas como la zona del Sumapaz, bastión tradicional de las FARC, que podían desplazarse, a través de ella entre el Meta, Cundinamarca, Tolima, Huila y el Sur (Caquetá, Putumayo, Guaviare). La creación de batallones de alta montaña para controlar los pasos montañosos cercanos al Sumapaz, los farallones de Cali, el mayor control de carreteras principales como la autopista Medellín-Bogotá y los avances en las vertientes de las cordilleras oriental y central en el departamento de Cundinamarca, en las cercanías de Bogotá, muestran una evidente recuperación de la iniciativa militar por parte del ejército. Por otra parte, el fin de la zona desmilitarizada a finales del anterior gobierno hizo que las guerrillas de las FARC se fueran replegando a áreas más periféricas en sus zonas de influencia y reduciendo sus ataques a las poblaciones, mientras trataban de incrementar sus actos terroristas en las grandes ciudades. Además, habían aprovechado la existencia de la zona de despeje para intentar consolidar en el sur occidente un nuevo corredor geográfico, que corresponde a un eje que parte de esa antigua zona desmilitarizada y se proyecta hacia el sur del Huila, norte del Tolima, los límites entre Tolima y Valle y los límites entre el sur del Valle y el norte del Cauca, buscando la salida al Pacífico y aprovechando la colonización campesina de las regiones del cañón del río Naya y la Costa Pacífica. Por otra 12 Fernán E. González, Ingrid J. Bolívar y Teófilo Vásquez, 2003, Violencia política en Colombia. De la nación fragmentada a la construcción del Estado, CINEP, Bogotá, especialmente pp. 115-119. 13 Cfr. Mapa # 2, SIG, CINEP, Bogotá, 2001. Mapa de dinámicas macro y mesorregional del conflicto, Corredores y regiones conflictivas.. 7 parte, la presión de los EE. UU por la erradicación de cultivos ilícitos introduce algunas variaciones en los conflictos regionales. Así, hacia el sur, en la frontera con Ecuador, se presenta una lucha entre guerrilleros de las FARC y grupos paramilitares por el control del departamento del Putumayo, donde se concentra buena parte de los cultivos de coca en el bajo Putumayo, que se convirtió así en un área especial de enfoque de la estrategia militar del Plan Colombia. En segundo lugar, se presenta una dinámica regional: la lucha por el control dentro de regiones que refleja la confrontación entre áreas más ricas e integradas, o en rápida expansión económica y zonas en la periferia donde hay colonización campesina al margen de los beneficios de las zonas en expansión. En términos políticos, estas zonas se caracterizan por el predominio de poderes políticos de corte tradicional, la poca presencia directa de las instituciones y la burocracia del Estado central, que deja bastante autonomía a los poderes locales o regionales. Allí el control de estos poderes se siente amenazado, por una parte, por el avance militar de la guerrilla, que encuentra bases sociales de apoyo en las tensiones internas del mundo campesino periférico y recurre a la lógica extorsiva sobre particulares y administraciones locales “tuteladas”por ella. Y, por otra, por las políticas modernizantes y reformistas del Estado central, que tiende a socavar las bases tradicionales de su poder. Los enfrentamientos en el Catatumbo, Arauca y Casanare, en la frontera con Venezuela, pueden leerse en esta perspectiva: la lucha por el control de los recursos provenientes de las regalías petroleras o de los sembradíos de coca, la “tutela”armada sobre las respectivas administraciones locales y el manejo “clientelista” de sus dineros enmarca bastante los conflictos en esas áreas.14 Allí, las FARC estaban buscando desplazar al ELN de su acceso al control indirecto de las regalías, mientras que el gobierno nacional viene tratando de recuperar el control de la región mediante las llamadas zonas de rehabilitación, bajo el control directo de las fuerzas armadas. En esas zonas, como el Arauca, se percibe un esfuerzo por golpear a las bases de apoyo de la guerrilla en la clase política local para ir aislando a los insurgentes de los recursos prevenientes de las regalías petroleras. En la misma dirección se mueven los operativos militares en las regiones cercanas a los Montes de María, en Bolívar y Sucre, y en las zonas vecinas a la antigua zona desmilitarizada en Huila y Tolima. En tercer lugar, se da también una dinámica local, que refleja la lucha dentro de las subrregiones, localidades y sublocalidades (“veredas campesinas”), que muestra las pugnas entre la cabecera urbana (más fácilmente controlable por los paramilitares o el ejército) y la periferia rural de las veredas campesinas, donde la guerrilla puede actuar con mayor libertad. El caso de las masacres ejecutadas, a mediados del 2001, por las FARC en Tierralta, Córdoba, refleja esta dinámica, donde los paramilitares controlan la cabecera municipal pero tienen grandes dificultades para imponerse plenamente en la periferia de las veredas. Incluso, ni siquiera fue posible establecer con claridad el número de víctimas (ni 14 Andrés Peñate, (1997): “El sendero estratégico del ELN: del idealismo guevarista al clientelismo armado”, en María Victoria Llorente y Malcolm Deas, (compiladores), (1997): Reconocer la Guerra para construir la Paz, CEREC, UNIANDES, Editorial Norma, Bogotá. Y (1991): Arauca: Politics and Oil in a Colombian province, St. Anthony, Oxford University. 8 recoger los cadáveres, una semana después de los hechos) porque ni las autoridades ni los organismos humanitarios habían podido llegar a las veredas de Zancón, Alto del Socorro, La Palestina y La Gloria (corregimientos de Tierralta), por los combates entre guerrilla y paramilitares por el territorio cocalero del Nudo del Paramillo. Al parecer, los campesinos fueron acusados de sembrar y cuidar los cultivos de coca de los paramilitares en ese territorio, que las FARC están intentando recuperar. También se desarrollan enfrentamientos entre veredas de distinta ideología, diferente origen poblacional, diversa dinámica económica, e intereses económicos contrapuestos. A veces se presentan problemas internos en algunas áreas de ciudades como Barrancabermeja y Medellín, donde se presentan enfrentamientos entre milicianos de la guerrilla y grupos paramilitares por el control territorial de barrios y comunas: el caso de la recuperación del control de la Comuna 13 de Medellín por parte del ejército puede ilustrar este caso. Lógica territorial y modelos implícitos de desarrollo de los actores armados Estos escenarios del conflicto son el resultado de un desarrollo histórico, que muestra una diferente lógica de la expansión territorial de los actores armados. Las guerrillas y los grupos paramilitares tienden a mostrar cierta confrontación entre dos modelos contradictorios de desarrollo rural, que parecen desarrollarse en contravía, como muestran Fernando Cubides15 y Teófilo Vásquez 16 : La guerrilla de las FARC, Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, nace en las áreas periféricas del país que los campesinos han colonizado recientemente, donde se han consolidado aprovechando la poca o ninguna presencia de las instituciones estatales, a las cuales suplen de alguna manera al proveer de seguridad a la posesión de la tierra de los colonos y regular de algún modo la convivencia social. Su origen está ligado a los grupos de autodefensa campesina de las zonas donde el partido comunista colombiano había hecho trabajo político, que se organizan para resistir frente a la violencia conservadora de mediados del siglo XX. Por su parte, el Ejército de Liberación Nacional, ELN y el Ejército Popular de Liberación, EPL, también se originan en zonas de frontera interna como el Magdalena Medio y Urabá, donde han buscado insertarse jóvenes radicalizados, provenientes de sectores urbanos educados, que rompen tanto con el inmovilismo de los partidos tradicionales que con el reformismo del partido comunista y buscan apoyarse en reductos de antiguos guerrilleros liberales no integrados plenamente al partido liberal. . 15 Fernando Cubides, (1998): “De lo privado y de lo público en la violencia colombiana: los paramilitares”, en Jaime Arocha, Fernando Cubides y Myriam Jimeno, (1998): Las Violencias: una inclusión creciente, CES, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá. Y (1998): “Los paramilitares como agentes organizados de violencia: su dimensión territorial” en Fernando Cubides, Ana Cecilia Olaya y Carlos Miguel Ortiz, (1998): La Violencia y el municipio colombiano 1980-1997, CES, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá. 16Teófilo Vásquez, (2001): “Análisis cuantitativo y cualitativo de la violencia de los actores armados en Colombia en la década de los noventa”, en Fernán González, Ingrid Bolívar y Teófilo Vásquez, Evolución reciente de los actores de la guerra en Colombia, cambios en la naturaleza del conflicto armado y sus implicaciones para el Estado, Informe final de investigación, CINEP, Bogotá, marzo de 2001. Recogido de alguna manera en Fernán González y otros, Violencia política en Colombia. De la fragmentación de la nación a la construcción del Estado, CINEP, Bogotá, 2003, pp.67-68.. 9 En un segundo momento, las FARC empiezan a salir de su nicho original, para expandirse hacia zonas más ricas y económicamente más integradas al mercado nacional o mundial, que coexisten con bolsones de colonos campesinos marginales y que están regulados por poderes locales y regionales, semiautónomos frente a las instituciones y aparatos del Estado central. O, a zonas en rápida expansión económica y poca presencia institucional del Estado, que igualmente coexisten con grupos de colonos campesinos, que no tienen acceso a la nueva riqueza del área, ni a la regulación estatal de los conflictos sociales, que es suplida por las jerarquías sociales que se están construyendo en esas áreas. Y también hacia zonas campesinas anteriormente prósperas e integradas, con cierta presencia institucional y bastante regulación social por parte de poderes locales y regionales, pero que empiezan a descubrir que su situación económica está decayendo, su cohesión y regulación social se está resquebrajando y la presencia institucional del Estado está disminuyendo. El caso del eje cafetero, caracterizado antes por un campesinado próspero, de pequeña y mediana propiedad, con buena cobertura de servicios públicos, gracias a la presencia de la antes poderosa Federación de Cafeteros, puede ejemplificar esta tendencia. Allí la crisis internacional de precios ha golpeado severamente a la Federación y al pequeño y mediano campesino, lo que viene creando un escenario favorable para la expansión guerrillera y el aumento de la delincuencia común. Algo parecido ocurre en el minifundio andino deprimido en zonas cercanas a las grandes ciudades, donde se experimenta el contraste de zonas ricas con bolsones de población campesina sin posibilidad de acceso a la nueva riqueza creada. Los paramilitares, por el contrario, nacen en zonas que son relativamente más prósperas e integradas al conjunto de la economía nacional o mundial, donde existen poderes locales y regionales de carácter semiautónomo y consolidados hasta cierto punto. Este predominio político de estas redes locales y regionales de poder y su control económico de las zonas en expansión se sienten amenazados, por una parte, por el avance militar de la guerrilla, que encuentra bases sociales de apoyo en las tensiones internas del mundo campesino periférico y recurre a la lógica extorsiva sobre particulares y administraciones locales “tuteladas”por ella. Y, por otra, por las políticas modernizantes y reformistas del Estado central, que significan una tendencia hacia la expansión del dominio directo del Estado, que socava las bases tradicionales de su poder. En ese sentido, las negociaciones de paz adelantadas por el gobierno central son normalmente miradas con cierta suspicacia por los grupos regionales y locales de poder, que se sienten más o menos abandonados por los aparatos e instituciones del Estado central, cuyas políticas modernizantes y reformistas amenazan socavar las bases de su poder tradicional y cuyas negociaciones de paz son interpretadas como traición frente al enemigo común que deberían confrontar conjuntamente con ellas, como ilustra Mauricio Romero para el caso de Córdoba.17. De esas zonas se proyectan hacia las zonas más periféricas, con el apoyo de los poderes locales que se están consolidando en ellas, tanto en lo económico como en lo político. En cambio, las guerrillas nacen en regiones periféricas, de colonización campesina, no articuladas todavía por el bipartidismo, aunque se proyectan luego hacia zonas más ricas e integradas, con una lógica extorsiva y militar. En esas zonas. 17 Mauricio Romero, (1988): “Identidades políticas, intervención estatal y paramilitares. El caso del departamento de Córdoba”, en Controversia ·# 173, CINEP, Bogotá, diciembre de 1998 y (2003): Paramilitares y autodefensas 1982-2003, Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, IEPRI, Universidad Nacional de Colombia y Editorial Planeta Colombiano, Bogotá.. 10 donde no existen poderes locales consolidados y la presencia de los aparatos del estado es precaria, la guerrilla ejerce funciones de control policivo y de cohesión social, que le dan cierta soberanía de facto, que es ahora desafiada por el avance paramilitar y contrarrestada de alguna manera por los esfuerzos del ejército por recuperar la iniciativa militar en esas áreas. Esta doble evolución produce un desdibujamiento de la territorialización inicial del control de los actores armados, que se reflejaba en la delimitación de la presencia y actividad de unos y otros en zonas de influencia, donde ejercían alguna autoridad y regulación de la convivencia de los pobladores. Ahora, la posibilidad de que los actores armados desafíen los espacios tradicionalmente controlados por otros para desarrollar actividades, permanentes o esporádicas en ellos o busquen desplazarlos de ese control deja a la población civil despojada de todo sistema fijo de referencias. Esta diferente lógica de expansión territorial indicaría, en última instancia, a la confrontación entre dos estilos contradictorios de desarrollo de la economía rural, que buscan imponerse en las zonas de frontera, interna o abierta. En el sur y oriente del país, zona de frontera abierta, la coincidencia entre las zonas controladas por las FARC y las zonas de cultivos ilícitos desarrollados por campesinos cocaleros llevó a una alianza funcional entre éstos y esa guerrilla. Esto llevó a los paramilitares a considerar al sur del país como escenario central de su lucha contrainsurgente y a la estrategia militar del Plan Colombia a concentrar en el sur (particularmente en el Putumayo) sus esfuerzos. En las zonas de frontera interna, en el norte y centro del país, el modelo de desarrollo basado en el latifundio ganadero (por ejemplo, en la Costa Caribe) y la agricultura comercial compite con la economía campesina de los colonos. Además, esta expansión diferenciada de los actores armados obedece también a una diferente relación de las regiones en conflicto con los aparatos del Estado central, regional y local. En general, las zonas donde surgen los grupos paramilitares se caracterizan, en términos políticos, por el predominio de poderes políticos de corte tradicional, la poca presencia directa de las instituciones y la burocracia del Estado central, que deja bastante autonomía a los poderes locales o regionales, consolidados o en proceso de consolidarse, que sirven de base al denominado dominio indirecto del Estado18, en una situación semejante a los desarrollos históricos de países donde los aparatos del Estado central deben negociar el monopolio de la fuerza con los poderes de hecho existentes en las regiones y localidades. Antecedentes históricos del conflicto actual. Esta diferenciación geográfica del conflicto tiene que ver con dos fenómenos históricos: primero, el fenómeno de la colonización campesina de zonas periféricas, que ha constituido 18 Los conceptos de “dominio directo” e “indirecto” del Estado están inspirados en la obra de Charles Tilly, que contrapone el control directo del Estado sobre la población de un territorio por medio de una burocracia moderna, una justicia de tipo impersonal y un ejército nacional con el pleno monopolio de la fuerza, frente al control que un Estado puede ejercer por medio de la negociación con poderes locales y regionales existentes de hecho, con los cuales comparte y negocia informalmente el monopolio de la fuerza y dela administración de la justicia. Cfr Charles Tilly, (1992): Coerción, capital y los Estados europeos, Alianza editorial, Madrid, y (1993): “Cambio social y revolución en Europa, 1492-1992”, en Revista Historia Social, # 15, Invierno, Madrid,
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