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El Psicoanalisis Su Imagen Y Su Publico PDF

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SERSE MOSCOVICI EL PSICOANÁLISIS, SU IMAGEN Y SU PÚBLICO TRADUCCIÓN Nilda María Finetti TAPA Departamento de Arte ANESA - HUEMUL TÍTULO ORIGINAL FRANCÉS La psychanalyse son image et son public © 1961, Presses Universitaires de France © 1979, Editorial Huemul S. A. Avda. Belgrano 624, Buenos Aires Impreso en la Argentina Printed in Argentina Prefacio - Este estudio sobre la representación social del psicoanálisis es un» investigación de psicología social y de sociología del conocimiento. Co­ mo especialidad médico-psicológica, “action-research", ciencia del hom­ bre abierta a las otras ciencias del hombre, el psicoanálisis ha pe­ netrado ampliamente en lo que se llama el gran público y la actualidad. (Al examinar en qué se convierte una disciplina científica y técnica cuando pasa del campo de los especialistas al campo común, surgen dos inte­ rrogantes que son los que orientan la estructura de la obra: cómo se la representa y modela el gran público y a través de qué caminos se cons­ truye la imagen que se tiene de ella. El primero se abordó por medio de encuestas y cuestionarios dirigidos a muestras de población; el segundo, por medio de un análisis minucioso, si no exhaustivo, de los contenidos de la prensa francesa durante un periodo determinado^ No obstante las setecientas páginas del manuscrito original, no hay aquí ni repeticiones, ni inútiles alargamientos, ni se halla la exposición entorpecida por cuadros estadísticos, pese a lo cual la precisión cuantitativa no deja nada que desear. Para describir determinadas formas de la representación social del psicoanálisis, Moscovici recurre frecuentemente, con acierto y lucidez, a la construcción de modelos. Aunque tropieza con posiciones tendenciosas o controversias apasionadas, ni por un instante pierde su hilo conductor: la búsqueda de la verdad. De este modo llega a sustituir un concepto teórico y abstracto (el de representación social) por el análisis de un objeto real, diferenciado, complejo; análisis a partir del cual ha podido intentar la construcción de un modelo teórico más general. Dentro de su investigación, y por medio de ella, elaboró un método aplicable a otras representaciones sociales: la enfermedad, la medicina, la educación. Uno i de los más seductores problemas es el de los modelos psicológicos laten­ tes, a partir de los cuales los miembros de una sociedad determinada 'piensan su experiencia y su conducta. Este problema roza una laguna de las investigaciones de Moscovici, laguna cuya responsabilidad no incumbe a un investigador que no ha olvidado nada. Entre los “grupos-muestra", llama la atención que no haya un grupo de psicoanalistas: me parece que los psicoanalistas están en condiciones de informar cómo sus pacientes, desde el comienzo hasta el final del tratamiento, se representan el psicoanálisis y lo que esperan de él. De los psicoanalistas a quienes se preguntó respondieron pocos, no los suficientes para obtener conclusiones coherentes. Una investiga* ción orientada en este sentido, sin duda, permitiría lograr una imagen algo diferente, tal vez con características más mágicas y antropomórfi- cas, porque la investigación analítica nos hace penetrar en un universo de fantasmas y símbolos. Por el contrario, en la cultura occidental y en el plano de las investigaciones de Moscovia, este sentido profundo se halla, si no ausente, disfrazado por la preponderancia de modelos abstractos, físicos y fisiológicos, que estructuran la psicología corriente. Es un recorrido que una investigación analítica nos exige regularmente -—y a menudo con mucha rapidez—•' retomar en sentidó inverso. Un obsesivo, por ejemplo, expone incansablemente el juego mecánico de sus obsesiones y sus emociones, detrás del cual, tarde o temprano, nos encontramos con las negociaciones jurisdiccionales y secretas de los personajes de su teatro. Lo abstracto no es más que un producto termi­ nal; la intimidad es intersubjetiva. Y, entre tanto, aparece una dificultad correlativa. Estudiar la repre­ sentación social del psicoanálisis reclama el abordaje de esta represen­ tación en sí ihisma, dejando en un segundo plano al psicoanálisis como disciplina técnico-científica. Así se llega a una especie de imagen com­ puesta acerca de la cual no cabe menos que preguntarse qué relación tiene con la especialidad a que pertenece. Pero entonces se plantea la pregunta por la naturaleza misma de este último sistema de referencia, pregunta que no resulta fácil responder. Con frecuencia se piensa en la diversidad de escuelas psicoanalíticas, en las que una comunidad de orígenes y fines no excluye divergencias doctrinales y técnicas muy marcadas. Se piensa menos en la evolución del pensamiento de Freud y del psicoanálisis de inspiración freudiana, cuya preeminencia —no sola­ mente en cantidad y sean cuales fueren los méritos de determinados disi­ dentes— es difícil desconocer. La historia de las ideas psicoanalíticas muestra que, después de su nacimiento, el pensamiento psicoanalítico pasó, al menos, por tres períodos. (En la época heroica, entre 1900 y 1920, se preocupa por los fantasmas inconscientes, los deseos sexuales reprimidos y las terribles penas que los castigan; hasta el final de los años 20, las preocupaciones teóricas y técnicas se vuelcan hacia las ope­ raciones por medio de las cuales el hombre trata de defenderse contra los fantasmas inconscientes que lo trastornan, los “mecanismos de defensa del Yo”, finalmente, en el curso de' los años 30, se manifiesta un nuevo interés por las “relaciones de objeto", es decir, las relaciones interperso­ nales, con lo que se acerca a la experiencia de la cura y su conceptualiza- ción teóricaiSin embargo, no existe discontinuidad: no se trata de una re­ volución sino de una evolución, en cuyo transcurso el centro de gravedad del pensamiento analítico se desplazaAEn la antropología analítica per­ siste un fondo común; su núcleo es la noción de conflicto psíquico: el antagonismo de la libido y el egoísmo, el amor a sí mismo y el amor al otro, la vitalidad y la agresividad, de todos ellos por turno, ha dado cuen­ ta el pensamiento de Freud.^Cuando se compara la representación social del psicoanálisis con el psicoanálisis en sí, ¿a qué psicoanálisis se hace referencia? Moscovici se refiere a una concepción del psicoanálisis cuyo centro es el concepto de libido, término que designa la pulsión motriz inherente a la diversidad de tendencias sexuales. Moscovici comprueba que la libido desaparece de la representación Jspciali del psicoanálisis có­ mo si fuera incompatible con las normassocÍáles;réapáreceén forma secundaria, en los juicios o en el lenguaje, dando vida a úna especie (te halo erótico. Evidentemente Moscovici pensó en el modelo freudiano di* la represión y del retorno dé lo reprimido. Estos resultados, Inesperados' y, en consecuencia, interesantes, provocan dos observaciones* 'Al esforzarse por destacar la distorsión del psicpanálisisenla finé?' gen que de él se hace el público, Moscovia se refiere a un'modelo def psicoanálisis centrado en la libido. Si, como sostengo, el conflicto defen­ sivo constituye él elemento esencial y constante de la antropología ana­ lítica, el centrar él psicoanálisis en la libido ya constituye una distorsión propia de ciertos momentos o determinadas formas de la representación social del psicoanálisis. Podemos intentar señalarlo desde un puntó de vista histórico. Un primer hecho es que centrar el psicoanálisis en Ja libi­ do es una actitud del periodo heroico del psicoanálisis; el descubrimiento freudiano del papel de la sexualidad en la patogenia de las neurosis y en la existencia humana ha impresionado los espíritus y ha dado a la práctica y a la investigación una orientación sistemática, frecuentemente tendenciosa. El hecho es trivial: cuando a un psicoanalista lo conmueve una idea nueva, ese descubrimiento lo invita a multiplicar sus aplicacio­ nes. (Ley muy conocida en psicología genética: durante el desarrollo del niño una capacidad recién aparecida se explota con exuberancia). El segundo hecho que quiero destacar es el siguiente: a pesar de aígunos pocos pero importantes trabajos, como el libro de Regis y Hesnard, apa­ recido en 1914, el psicoanálisis penetra y se instala en Francia después de la Primera Guerra Mundial (en seguida hablaré de la otra oleada,, que siguió a la Segunda Guerra); su difusión, después de 1920, se mantuvo en los círculos intelectuales y casi no llegó al gran público. La imagen que se formó entonces corresponde bastante bien a lo que a veces se llamó "pansexualismo”, suscitando las consabidas resistencias. Y esta imagen me parece que persiste demasiado. Muchas veces la he vuelto a encontrar en conversaciones o discusiones con, por ejemplo,- psicólogos o sociólogos, casi siempre informados —por lo menos mediante lec­ turas extensas y atentas—, pero no iniciados en formas no convenciona­ les de la investigación científica; de una investigación que, al respecto, tiene visos de fañtasmática. Esta comprobación es tan frecuente que, aun cuando falte verificarla metodológicamente, me parece difícil que se la pueda considerar fortuita. Por otra parte, mis interlocutores se que­ dan asombrados, escépticos y hasta perturbados, cuando les digo que en psicoanálisis la sexualidad no desempeña el papel central y exclusivo que- pretenden. Por consecuencia lo que estimo como una distorsión del verda­ dero psicoanálisis que pretende garantizar mi presunción, lo que consi­ dero como perteneciente ya al orden de la representación social, me parece que Moscovici lo identifica con el psicoanálisis en sí, por lo menos en un estado técnico-científico del psicoanálisis cuya representación so­ cial sería una distorsión desexualizada. Continúo con la segunda observación. Si lo esencial de la represen­ tación social del psicoanálisis, tal como la describe Moscovici, concierne aproximadamente a lo que desde el punto de vista técnico se llama con­ flicto defensivo, y si la concepción del mismo constituye el fondo cons- tanté y común de fa antropología analítica, qué es lo que creo, forzosa­ mente debemos concfuiY qué fa representación social del psicoanálisis está menos alejada dé fas concepciones psicoanallticas propiamente di­ chas que lo que Moscovici piensa. Resultaría demasiado optimista concluir que él “buen sentido popular" ha rectificado ciertas exageraciones y ha separado “la paja det grano". Una interpretación más probable se basa en el hecho de que los sondeos de opinión realizados por Moscovici tuvieron lugar entre 1950 y 1960, o sea durante la segunda oleada psi- coanalltica posterior a la Segunda Guerra Mundial. Época y moda que ncPse pueden comparar con las de los años 20; porque se extendieron mucho más y acompañaron a una imagen del psicoanálisis muy diferente de aquella a la que acompañaron la época y la moda más restringidas de la década del 20: un new look más reservado con respecto al primado de la sexualidad, en la representación que los mismos psicoanalistas o, por lo menos, ciertas tendencias del psicoanálisis, se hacen de esta dis­ ciplina y asi lo transmiten. Las anteriores son algunas de las reflexiones que me ha- inspirado la lectura del libro de Serge Moscovici. Me parece que muestran que el pensamiento de Moscovici estimula e incita al diálogo. Constituía una empresa nueva y audaz atacar los problemas de la sociología del cono­ cimiento en el terreno de una actualidad cercana y viviente, a veces candente, como se dice. Moscovici lo ha hecho con una comprensión de los problemas, una seguridad técnica, una elegancia de escritor que lo convierten en uno de los jóvenes maestros de la psicología social de len­ gua francesa. Para el director de la investigación es un placer manifestar al lector su gran estima y reconocimiento hacia el que ta realizó. Daniel Lagache Prólogo a la segunda edición La primera edición de El psicoanálisis, su imagen y su público era una tesis. Espero que esta segunda edición sea un libro. De una a otra modifiqué el estilo, la forma de exponer hechos e ideas, eliminé indica­ ciones técnicas y teóricas que interesaban solamente a un círculo restrin­ gido de especialistas o que se han convertido en moneda corriente. En­ tiéndase bien que este trabajo de reescritura corresponde también a una evolución personal e intelectual frente a los ritos de iniciación universi­ taria y científica. Después de su aparición, la tesis ha provocado malestar. Algunos psicoanalistas vieron con malos ojos la iniciativa de tomar al psicoanálisis como un objeto más de estudio y situarlo en la sociedad. Entonces quedé asombrado y todavía lo estoy por el hecho de que quienes poseen un saber —científico o no— se creen con derecho a es­ tudiar todo y, en definitiva, a juzgarlo todo, pero consideran inútil y has­ ta pernicioso dar cuenta de los deterninismos a los que estén sufetos y de los efectos que producen. En una palabra, rechazan la ¡dea de que se los estudie y se les permita mirarse en el espejo, que, en consecuencia, se les ofrece. Parecería que en esto ven una intromisión intolerable en sus propios asuntos, una profanación de su saber —¿pretenden que se conserve sagrado?— y reaccionan, según su temperamento, con despre­ cio o mal humor. Ocurre así con la mayoría de los científicos y también es válido para los marxistas. Por eso carecemos de sociología de la cien­ cia, del marxismo y del psicoanálisis. Sin embargo, me doy cuenta de que en diez años, por lo menos en lo que concierne al psicoanálisis y a los psicoanalistas, las actitudes cambiaron mucho en sentido favorable con respecto a un trabajo como este. La parte central del libro se ocupa del fenómeno de las represen­ taciones. Desde la primera edición se le han dedicado al tema muchos estudios, tanto de campo como de laboratorio. Considero especialmente los de Chombart de Lauwe, Hertzlich, Jodelet, Ka'és, por un lado, y los de Abríc, Codo/, Flament, Henry, Pécheux, Poitou, por otro. Ellos permitieron captar mejor su generalidad y comprender mejor su papel en la comuni­ cación y la génesis de los comportamientos sociales. Sin embargo, mi ambición era más grande.(Queria redefinír los problemas y los conceptos de la psicología social a partir de este fenómeno, insistiendo en su fun­ ción simbólica y su poder para construir lo real.^La tradición behaviorista, el hecho de que la psicología social se haya limitado a estudiar al indi­ viduo, al pequeño grupo o a las relaciones informales, constituyeron y siguen constituyendo un obstáculo para esto. Se agrega a la lista de obstáculos la presencia de una filosofía positivista que solo da importan­ cia a las predicciones veril¡cables ñor I» eynerienr/a 1/ s fns fenómenme directamente observables. , A mi entender, esta tradición y está filosofía impiden el desarrollo de la psicología social más allá de los, limites actuales. Otando nos de­ mos cuenta y nos atrevamos a franquear esos límites, estoy convencido de que las representaciones sociales adquirirán en esta ciencia el lugar- que les corresponde. Además, constituirán un factor de renovación dé los problemas y conceptos de la filosofía que subyacen al trabajo den- tífico. Pero esto todavía no ha sucedido. Por el contrario, es preciso* llevarlo a cabo y la crisis que atraviesa la psicología lo pone en evidencia.. También resulta útil para muchos otros campos de investigación re­ lacionados con la literatura, el arte; ios mitos, las ideologías y el lengua­ je. Encerrados en marcos superados, prisioneros de prejuicios en cuan­ to al pecking order de las ciencias, los investigadores en estos dominios se privan de los medios que, en su estado actual, la psicología social pone a su disposición. Especialmente en Francia, bajo la influencia del estructuralismo, reivindican una ortodoxia saussuriana, olvidando lo que Saussure entrevio con precisión: “La lengua es un sistema de signos que expresan ideas y, por lo tanto, comparable a la escritura, al alfabeto de los sordomudos, a los ritos simbólicos, a las fórmulas de cortesía, a las señales militares, etcétera. Solo que es el más importante de estos siste­ mas. Por lo tanto se puede concebir una ciencia que estudie la vida de los signos en el seno de la vida social: constituiría una parte de la psicología social y en consecuencia de la psicología general; la llamaremos semiolo­ gía (del griego seme/on, ‘signo’). Nos enseñará en qué consisten los sig­ nos, qué leyes los rigen”. Pero el lector no debe preocuparse por ese pasado, por ese estado de la ciencia, por los proyectos que flotan alrededor del libro. Tampoco yo me preocupo. Realizar el estudio, primero, y darle forma, después, sirvió para enriquecerme y procurarme placer. Todo lo que deseo es que, al leer este libro, le suceda lo mismo. Serge Moscovici Observaciones * preliminares"' ’ Se cuenta que al desembarcar Freucf en Nueva YoiX> a principios de siglo, te habría confiado a Jung: “Ellos rio dudan de qúe les traemos la peste”. Desde entonces, la epidemia no se ha detenido. El psicoanálisis, ciencia/terapéutica, visión del hombre, ha ocupado un considerable lu­ gar en nuestra cultura. Su carácter científico, su valor terapéutico, su interpretación de los fenómenos psicológicos fueron impugnados por muy diversas razones, tanto filosóficas como morales o políticas. Pero nadie cuestionó su impacto. Aunque este impacto es examinado única­ mente en el plano de la literatura, del arte, de la filosofía o de las cien­ cias del hombre. Actitud que se comprende, puesto que existe el hábito de considerar una teoría exclusivamente en la esfera de sus influencias sobre otra teoría o sobre otras actividades intelectuales. Encerrado en el círculo estrecho de los que escriben, señalado sobre todo por el diá­ logo y las controversias entre libros y autores, el advenimiento de un saber, al parecer tiene que interesar, en primer lugar, al mundo del dis­ curso. En consecuencia, su destino, sus evoluciones, conciernen sobre todo a los que saben: el ensayista, el filósofo o el historiador de las ideas. Semejante actitud, reforzada por la tradición, ignora, sin embargo, las prolongaciones más vastas de una ciencia, que representan una de sus funciones esenciales: transformar la existencia de los hombres. Esto sobreviene a fuerza de dar vueltas y más vueltas a la experiencia corrien­ te alrededor de temas nuevos, cargar de significados diferentes los actos y las palabras; transportarlos, por así decir,' a un universo de relaciones y acontecimientos extraños, desconocidos antes. Si esta actitud produce buenos resultados, se convierte en material con el que cada individuo y cada sociedad se recompone y recompone, después, la.historia indivi­ dual y social, que es parte integrante de su vida afectiva e intelectual. Entonces sus elementos trabajan y son trabajados, pasan por estasis hasta fundirse en la masa de los materiales pasados y perder su indivi- dualidadAJna ciencia de lo real se convierte así en ciencia en lo real, cobra una dimensión casi física. En este estadio, su evolución es tema de la psicología social.^ ’ En forma insidiosa o brusca, según Tos países, los regímenes políti eos o las clases sociales, el psicoanálisis abandonó el cielo de las ideas para entrar en la vida, los pensamientos, fas conductas, las costumbres y el mundo de la conversaciones de gran cantidad de individuos. Lo ve­ mos personificado en el rostro, los supuestos rasgos de la persona y los detalles de la biografía de Freud. Más allá de la figura de este gran sabio, ciertas palabras -—compíejo, represión— ciertos aspectos particulares de la existencia —la infancia, la sexualidad—r o de la actividad psíquica —el sueño, el lapsus —-cautivaron la imaginación de los hombres y afec­ taron profundamente su manera de ver. Provistas de esas palabras o apoyándose en esa manera de ver, la mayoría de las personas interpretan lo que les llega, se hacen una opinión sobre su propia conducta o la con­ ducta de su prójimo, y actúan en consecuencia. Entre las categorías uti­ lizadas en la descripción de. las cualidades o la explicación de las inten­ ciones o motivos de una persona o de un grupo, las derivadas del psico­ análisis, sin duda, desempeñan un papel importante. Componen el nú­ cleo de esas teorías implícitas, de esas "teorías profanas" de la perso­ nalidad de las que somos portadores y que, a la luz de muchas investiga­ ciones, determinan las impresiones que nos formamos del otro, de sus actitudes en el trato social. Probablemente sus efectos sean más amplios. Si damos crédito a los análisis antropológicos, las prácticas educativas modelan la estruc­ tura de la personalidad de los miembros de una cultura definida. Una ojeada sobre la literatura pedagógica, sobre el cambio de los comporta­ mientos de los padres frente a sus hijos, deseosos de evitar los conflic­ tos afectivos y de respetar la originalidad de su desarrollo, testimonia una influencia difusa de los principios psicoanalíticos. A pesar de que muchos psicoanalistas se ponen en guardia, la creencia en la posibilidad de una “buena educación”, basada en estos principios, enseñando cla­ ramente lo que hay que hacer o no hacer a los hijos, aún permanece. Las consecuencias de las conductas paternas inspiradas en el psicoaná­ lisis tendrían que encontrarse en la estructura de la personalidad pro­ veniente de nuestra cultura. Hablar de homo psychanalyticus 1 es un exabrupto. ¿Pero estamos seguros de que no es más que un exabrupto? El lenguaje está lleno de expresiones o de vocablos que tienen su origen en el psicoanálisis y que todos comprenden. La retórica religiosa, política, hasta económica, no tiene reparo en usar y abusar de él. La historieta, el cine, la novela y la anécdota no cesan de difundirlo. Por otra parte, basta con entrar en un consultorio médico para observar con qué lujo de detalles las madres describen los “complejos" y los “actos fallidos” de sus niños; los pa­ cientes hacen el balance de su estado psíquico o somático, incluyendo “complejos” y “traumatismos infantiles” de todas clases y esperando un diagnóstico formulado en términos análogos. Por otra parte, ¿por qué los síntomas no habrían de ser distribuidos, combinados o descifrados con la ayuda de las imágenes y los conocimientos psicoanalíticos que se han hecho populares? Estas imágénes y estos conocimientos, cualesquiera que sean sus orígenes, siempre tienden a colorear el telón de fondo de un cuadro clínico. En uno de sus primeros artículos, Freud2 estudia la di­ referencia entre la parálisis orgánica y la parálisis histérica; esta última se establece en el individuo siguiendo los esquemas sociales de fa fisiolo­ gía y la anatomía del sistema nervioso. Por lo tanto, el contraste con los < J.-B. Pontalia, Apréa Freud, Paría. Jullllard, 1965. 1 S. Freud. Some polnts in ■ comparativo atudy of organic and hyaterical paralyaia, Collected Papera, Londrea, Hogarth Presa, t. I. pága. 42-59.

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