A lo largo de mi vida había tenido que superar todo tipo de situaciones complicadas, desde la pérdida de mi madre hasta el abandono de mi padre; el hecho de buscarme la vida siendo un crío, trabajar y estudiar, sacar a una amiga de las drogas, partirle la cara a un amigo y esconder a otro al que perseguía la mafia. Y todo lo había hecho con valentía, sin temblar ni dudar. Pero, ¡ay!, aquel día, en la puerta de la clase de Roger, esperando para entrar y sentarme entre el resto de sus alumnos, con mi bloc de dibujo y mis lápices, llegué a tener miedo de que todo el mundo pudiera oír los latidos de mi corazón. Miraba la puerta y pensaba «¿entro o me voy?», como César ante el Rubicón. Y, mientras lo pensaba, llegó él.