Carpe diem. Vive el momento. Sumérgete en el aquí y el ahora. Esas frases salidas de la boca del extravagante doctor Tamkin como un dudoso elixir milagroso rebotan contra los tímpanos de Wilhelm, un hombre acosado por varios frentes: actor fracasado, danza al son de las exigencias de su ex mujer y sus dos hijos, despreciado por la empresa que le despidió en lugar de otorgarle el ascenso prometido y ninguneado por la soberbia y frialdad de su propio padre. Pero la esperanza es lo último que se pierde, y ahora ésta se ha encarnado en setecientos dólares... La narración envolvente de Carpe diem, su mordaz sentido del humor, la descripción minuciosa de la geografía interior -y exterior- de los personajes que habitan esta novela y el talento para analizar el comportamiento humano demuestran por qué Saul Bellow está considerado como uno de los narradores más lúcidos del siglo XX. Saul Bellow Carpe Diem (Coge la flor del día) ePUB v1.1 jlmarte 14.09.12 Título original: Seize the day Saul Bellow, 1956. Traducción: José María Valverde Editor original: jlmarte (v1.0 a 1.1) ePub base v2.0 I Cuando se trataba de ocultar sus dificultades, Tommy Wilhelm era tan capaz como cualquiera. Por lo menos, eso pensaba, y no le faltaban algunas pruebas con que apoyarlo. Había sido una vez actor —bueno, no exactamente: un extra— y sabía lo que era representar un papel. Además, iba fumando un cigarro, y cuando uno fuma un cigarro y lleva sombrero, tiene una ventaja: es más difícil que se sepa lo que siente. Bajó desde el piso veintitrés hasta el vestíbulo del entresuelo para recoger el correo antes de desayunar, y creía — esperaba— ofrecer un aspecto pasablemente decente: como si le fuera muy bien. Era cuestión de pura esperanza, porque no le quedaba mucho más que añadir a su esfuerzo presente. En el piso catorce, miró a ver si su padre entraba en el ascensor: muchas veces se encontraban a esta hora, bajando a desayunar. Si le preocupaba su aspecto, era sobre todo pensando en su viejo padre. Pero no hubo parada en el piso catorce, y el ascensor siguió hundiéndose. Luego se abrió la gran puerta suave y la gran alfombra desigual, rojo oscuro, que cubría el vestíbulo avanzó en ondas hacia los pies de Wilhelm. El primer plano del vestíbulo estaba oscuro y soñoliento. Los visillos franceses, como velas, no dejaban entrar el sol, pero estaban abiertas tres ventanas altas y estrechas, y, en el aire azul, Wilhelm vio una paloma que se iba a posar en la gran cadena que sostenía la ancha marquesina del cine de debajo del vestíbulo. Por un momento oyó las alas agitándose con fuerza. La mayor parte de los huéspedes del Hotel Gloriana habían pasado la edad de la jubilación. Una gran parte de la vasta población neoyorquina de viejos y viejas vive alrededor de Broadway, por las calles Setentas, Ochentas y Noventas. Si el tiempo no está demasiado frío o húmedo, llenan los bancos, en torno a los pequeños jardines con barandas y a lo largo de los enrejados del Metro, desde Verdi Square hasta Columbia University, y atestan las tiendas y las cafeterías, los almacenes baratos, los salones de té, las panaderías, las peluquerías de señoras, las salas de lectura y los clubs. Entre los viejos del Gloriana, Wilhelm se sentía desplazado. Era relativamente joven, hacia la mitad de la cuarentena, grande y rubio, con anchos hombros: tenía una
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